Un amor sin razones

12.02.2023

Uno de los conceptos más repetidos cuando hablamos sobre parejas es el de "reciprocidad". Una relación amorosa no está solo para recibir, sino también para dar. E incluso a veces puede ser más placentero dar que recibir, porque dando hacemos feliz al otro y al verle feliz también lo somos nosotros. Creo que a nadie (en pleno ejercicio de sus facultades mentales) se le pasará por la cabeza comenzar a tener una relación con alguien que no le ama. Sin embargo, esta misma idea aparece en un famoso diálogo de Platón, Fedro. En él dialogan Sócrates y Fedro. Este último afirma que debemos complacer a quien no nos ama antes que a quien nos ame. Porque quien te ame será un apasionado, posesivo y agobiante; mientras que quien no te ame resultará indiferente, discreto y te concederá libertad. Pero, amar a quien no nos ama es una relación utilitaria, no amorosa. El otro, a quien le somos irrelevantes, nos usa a su antojo para satisfacerse y mientras que el amante se dé por completo al amado, este lo aprovechará para su propio beneficio. ¿Y qué queda donde la utilidad a sustituido al sentimiento? Sinceramente, no lo sé; pero estoy segura de que amor no es.

Ante ese discurso, Sócrates trata de hacer cambiar de opinión a Fedro diciéndole que el amor pasional (el Eros) debe ser una fuerza de atracción cuyo objetivo sea hacer del otro mejor persona. Amar a alguien implicaría redescubrir su potencialidad y llevarla a realización. Enamorarse es querer al otro en su totalidad y buscar conocerle para ayudarle a ser lo que quiera ser. No se trata de amoldar al otro a nuestros propios intereses, darle la forma que queremos que tenga; sino de hacer un esfuerzo por conocerlo, por saber qué es lo quiere realmente y qué capacidades tiene para lograrlo. Porque el amor es la fuerza que saca a la superficie las aptitudes ocultas del otro. Quien nos ama nos recuerda todo de lo que somos capaces y nos ayuda a lograrlo. El amor tiene mucho de fuerza y de impulso, por eso es capaz de sacar a la luz cosas dentro de nosotros que antes nos pasaban desapercibidas. ¿Cuántas veces nos vemos incapaces de hacer algo y, sin embargo, llega alguien que nos quiere y nos muestra que sí podemos hacerlo?

Hay que tener buena vista en el amor, hay que saber mirar en el otro y esto no es una tarea fácil. Si ya nos cuesta conocernos a nosotros mismos, no iba a resultar más sencillo conocer a los demás. Tenemos que evitar proyectar en los otros la imagen idealizada que tenemos de ellos. Enamorarnos de alguien no implica tener la oportunidad de poder configurar a esa persona como nuestra pareja perfecta, de retocar sus defectos, de convertirla en quien queremos que sea; al contrario, implica el cuidado de lo que el otro es realmente, la atención a sus aspiraciones y el apoyo en sus intentos de alcanzarlas. No se es juez en la vida de una pareja, se es acompañante y consejero. Y para saber aconsejar primero hay que observar al otro y ver qué es lo que busca y por qué.

No amamos para encontrar personas a las que modificar hasta convertirlas en nuestra "pareja ideal", amamos porque sí. Y punto. Amamos sin razón, simplemente por amor. Ni siquiera amamos porque queramos impulsar al otro a ser lo que él quiere ser. Este deseo de ayudar al otro, surge tras el amor (es difícil sentir tantas ganas de potenciar a otra persona cuando se trata de alguien desconocido). Primero amamos y luego llega todo lo demás. Pero ese primer paso de amar, llega sin más. Sin causa ni fin, porque el amor ya es un fin en sí mismo. Amar carece de razones, o si las tiene, siempre serán secundarias. Primero amamos y solo después nos preguntamos por qué lo hacemos. Por eso no escogemos de quien nos enamoramos. Es cierto que según los ámbitos y lugares por los que nos movamos, nos encontramos con personas con un determinado estilo de vida, creencias, afanes o ideas. Pero de entre todas las personas que pasan por nuestro lado a lo largo de la vida, no podemos determinar de quién nos vamos a enamorar o si acaso lo vamos a hacer, porque el amor no se fuerza. Hay quien quizá quiera enamorarse pero nunca lo consigua o quien queriendo no hacerlo acabe enamorándose. No se puede controlar amar. Por eso mismo es tan especial, porque amamos al otro sin necesidad de argumentos para hacerlo. Si sentimos que sin esos argumentos no vemos fundamento para amar a la persona con la que estamos, entonces es que no sentimos verdadero amor por ella. Con quién estemos felices, sin necesidad de justificaciones para estar con él o ella, ahí sabemos que hemos encontrado a una persona que nos hace felices por sí misma. Creo que esa es de las mejores sensaciones que existen. Poder estar unos instantes solamente sintiendo, queriendo; dejando a un lado todo pensar, todo razonar. Unos breves instantes en los que amamos sin razón, y por tanto, sin poder evitarlo.


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