Pasado. Pasad… Pasa… Pa… P…

El otro día abrí un libro que era de mi madre y me encontré en la primera página una rosa seca y aplastada por el peso del libro cerrado (parecía que llevaba mucho tiempo ahí). Mi mente intentó imaginarse el momento en el que mi madre había metido la rosa, traté de pensar en las múltiples razones por las que podría haberlo hecho o quizá no había ninguna razón...
Pensé en preguntarle, pero al final no lo hice. Me gustaba la sensación de intriga y de que miles de pasados fueran posibles. Aunque al final en la cena se resbaló sin querer la pregunta "¿Por qué pusiste una rosa dentro de uno de tus libros?" Su respuesta me dejó helada: "No me acuerdo".
El pasado acababa de difuminarse. Ya no existía. ¿Y acaso hubo existido alguna vez? ¿Hubo un Pasado en mayúsculas? Porque todo lo que vivimos, una vez pasa, se convierte en un recuerdo que no es sino la percepción individual de un hecho. Ese recuerdo, además, puede verse modificado a posteriori. Podemos exaltar rasgos del mismo que en el momento en que lo vivimos no resultaron tan impresionantes, o podemos recordar con menos emoción lo que más nos impactó de un hecho pasado.
Incluso si les preguntamos a dos personas que han vivenciado el mismo hecho sobre cómo fue, seguramente ambos relatos muestren matices distintos y es por ello que el pasado queda fuera de nuestro alcance. Lo que sí podemos conocer es interpretaciones y reinterpretaciones de un mismo hecho. El pasado se encuentra a nuestra merced y está sometido a nuestros caprichos.
Todo lo que sucede, una vez ocurre, desaparece y nuestra tarea consiste en tratar de reconstruir lo que un día se alzaba ante nuestros ojos, tratando de ser lo más fieles posibles a la "versión original" pero siendo conscientes de que el tiempo se nos escurre de entre las manos y al pasado nunca lo podremos coger. Lo único que acaso podemos intentar rozar con la yema de los dedos es el presente.