La genealogía de la ciencia

Gran parte de la gente con la que hablo dice que la filosofía, a nivel de estudios, pertenece al campo de las humanidades y que, por tanto, queda excluida del campo científico. Aunque ciencia y filosofía busquen la verdad parece haberse abierto una inmensa distancia entre ambas solo porque difieren en el camino que siguen para alcanzarla. Tenemos interiorizado que la verdad reside en el experimento y que en la reflexión solo encontraremos quebraderos de cabeza. Pero esto solo es el resultado de un proceso cuyo punto de partida es completamente distinto a la situación actual.
¿ Y si Aristóteles fue también un científico? Este discípulo de Platón se separó de la teoría de las Ideas de su maestro y centró su reflexión sobre el mundo sensible, tratando de acceder a la verdad por medio de él. De esta forma se desarrolló la ciencia aristotélica. Aristóteles era un filósofo y hacía filosofía pero, con ello, hacía a su vez ciencia. ¿Imposible? No. En aquel momento la filosofía y la ciencia eran inseparables, es más la filosofía englobaba (y engloba) a todas las ciencias. Mientras que las diversas ciencias son conocimientos particulares al tratar de una parte, de un solo ámbito, de la realidad; la filosofía pretende alcanzar un conocimiento universal acerca de toda la realidad en su conjunto, un conocimiento sobre todo lo que es. Así filosofía y ciencias solo se diferenciaban, en ese momento, según el campo de estudio, pero no según el método que empleaban para estudiarlo. Todas las explicaciones, científicas y filosóficas, consistían en explicaciones racionales.
El conocimiento, pues, no era sino la conclusión verdadera y correcta de un proceso de razonamiento. Y es importante señalar esos dos aspectos: verdadera y correcta. Porque no son lo mismo. La corrección implica que el razonamiento es válido, que se han seguido las leyes de la lógica, mientras que la verdad nos asegura que el conocimiento se corresponde con la realidad. Y la verdad, desde Platón, se ha vinculado con la esencia, esto es, el conjunto de propiedades comunes a todos los casos individuales que recoge un concepto y que son necesarias para pertenecer a ese concepto. Vamos, la definición de algo.
Aristóteles pretende alcanzar a conocer las esencias a través del estudio por las causas de lo real. En su Metafísica escribe: " Todo lo que llega a ser, es por una causa". Todo tendría una razón de ser, todo tendría un por qué, y conocerlo supondría conocer el objeto en cuestión.
Este filósofo diferencia entre cuatro causas. La causa material (el material o componentes que forman a algo), la causa formal (la estructura, la forma, que se le da a los materiales), la causa eficiente (quién lo ha producido) y la causa final (la finalidad, el objetivo). De esta forma si queremos adquirir el conocimiento sobre, por ejemplo, una estatua, debemos saber de qué material está hecha, qué forma tiene, quién la hizo y para qué. Esta última cuestión, considera Aristóteles, es la más importante, pues en función de ella podemos explicar todas las demás. Si la finalidad de cierta estatua es rendir culto, en función de esta, se escogerán determinados materiales, se le dará cierta forma y se escogerá a un artista en concreto para hacerla. A este tipo de explicación por medio del objetivo o finalidad se le denomina explicación teleológica (palabra proveniente del concepto griego tèlos, que significa finalidad). Teniendo todo un objetivo propio, aquello que no lo cumpla habrá obrado mal en la vida, al haber desperdiciado sus capacidades, puesto que no las habrá desarrollado. Es por ello que Aristóteles desarrollará toda su teoría ética con miras a cumplir la finalidad propia del ser humano.
Posteriormente, en la Edad Media, surgió el problema de la determinación de la esencia y es que no es sencillo llegar a conocer la esencia de todos los entes. Influye aquí fuertemente la subjetividad del investigador. La esencia de una planta específica no será la misma para quien la usa para decorar su casa, que para otro que la usa para obtener ungüentos. No obstante en la época medieval se le dió a la subjetividad de determinados individuos una autoridad sobre la de otros. Esto se conoce como el Principio de autoridad. Ciertas afirmaciones se consideraron más verdaderas que otras por la autoridad otorgada a quien las decía. Así ocurrió con las afirmaciones de altos cargos de la iglesia o de las lecturas bíblicas. En esta situación la causa final de cualquier ente no era sino el plan divino preparado por Dios.
Pero llegó la Edad Moderna y con ella la invención de la imprenta. Este hecho histórico ejerció gran influencia en el ámbito epistemológico. La producción de un mayor número de libros facilitó el acceso a los mismos por parte de más población, lo que puso de relieve la subjetividad implícita en la elección de las figuras de autoridad. A su vez, la Reforma luterana y el desarrollo del Protestantismo puso en cuestión la tradición eclesiástica, negándole a la iglesia el tener una autoridad sobre los creyentes para determinar lo que dice la Biblia, teniendo estos la capacidad de interpretarla. Ello conllevó como resultado final un inmenso mar de subjetividades, frente al cual se alzará la Revolución científica de entre los siglos XVI y XVIII.
A partir de ese momento ya no se buscó alcanzar una verdad, una esencia objetiva o subjetiva, sino estar seguros de que la verdad alcanzada lo fuese realmente, es decir, se buscó certeza. ¿Dónde encontrar la certeza? Se pensó en los sentidos, pero estos a veces nos engañan, son subjetivos. Así ocurre cuando hay dos personas en una misma habitación y una tiene frío y la otra calor. Los sentidos, pues, no pueden ser la base sobre la que construir una ciencia objetiva.
No obstante, no todo en ellos es subjetivo. Nuestra percepción nos muestra dos tipos de cualidades distintas en los entes: las cualidades primarias y las cualidades secundarias. Estas últimas son subjetivas, dependen del observador, por lo que no son cuantificables. Este es el caso del sabor, el olor o el color. Por su parte, las cualidades primarias son objetivas. Pertenecen a los objetos con independencia de quien los observe. Son a su vez cuantificables, esto es, permiten la matematización y la medición. Como es el caso del tamaño o el movimiento. Ambas cualidades se pueden expresar por medio de entidades matemáticas y son estas las que otorgan certeza, objetividad y exactitud. Todos los procesos matemáticos, son procesos lógicos, por lo que son iguales en todos los individuos, de manera que una verdad basada en las matemáticas será así igual para todos, será certera e incuestionable.
La ciencia a partir de Galileo, en el siglo XVI, se centrará en reducir todos los fenómenos y cualidades posibles a números y lo que no pueda ser matematizado deberá ser rechazado como objeto de estudio de la ciencia. Así pues, la concepción de la ciencia galileana no va en busca de una esencia cualitativa sino que trata de alcanzar un conocimiento cuantitativo. Ello supone la ruptura entre ciencias y filosofía, creándose una distancia insalvable entre ambas. La filosofía es un saber puramente racional que no permite matematizar los entes de los que trata dado lo abstracto de los mismos. Mientras tanto las ciencias se basarán en el método científico por medio del cual se estudiarán las propiedades cuantificables de los objetos a través de la experimentación. Sin embargo, este distanciamiento entre filosofía y ciencias se dará progresivamente, llegando incluso Newton a publicar en el siglo XVIII sus Principios matemáticos de filosofía natural.
Galileo también abandonará la visión teleológica de Aristóteles y las explicaciones dejarán de estar basadas en la causa final para pasar a estarlo en la causa eficiente. Ya no interesa la finalidad, solo el origen. Una pelota no choca contra la pared porque su finalidad sea rebotar, sino que lo hace porque hay una fuerza que determinó y produjo ese movimiento.
Esta concepción galileana de la ciencia es la que perdura en la actualidad, la que nos enseñan en el colegio cuando nos hablan de ciencia. ¿Y la filosofía dónde queda? ¿Qué pasó con la madre de todas las ciencias? Que crecieron los hijos y le hicieron sombra. Pero eso no quiere decir que no pueda volver a brillar. Hay también sabiduría en la filosofía. Puede que no haya en ella certeza, pero sí estará la pregunta sobre la certeza misma y sobre la verdad, que son tanto o más importantes. Porque buscar algo sin saber qué buscamos es volvernos ciegos. Por eso la filosofía tiene más preguntas que respuestas, porque es una preparación para enfrentarnos a todo lo demás.