La (des)valorización.

Quien vive y nunca ha sufrido, entonces es que aún no ha vivido. Porque una cosa es darse un paseo por la existencia y otra muy distinta es vivirla, esto es, pensarla y sentirla en todos sus aspectos, incluso los más angustiosos.
Y es ahí, frente a la angustia, frente a la preocupación, donde emerge y se vuelve visible nuestra valoración de la vida. El miedo: esa sensación que surge en nosotros al darnos cuenta de que existe la posibilidad de que perdamos aquello a lo que le damos valor. Solo entonces nos volvemos plenamente conscientes acerca de a qué le damos importancia en la vida. Si quieres saber qué es lo que más amas, entonces fíjate en lo que más temes perder.
Quizá nos llevemos sorpresas. Quizá nos volvamos unos egoístas a la hora de hacer valoraciones, porque si hay algo a lo que tenemos miedo es a lo que nos perjudica a cada "yo" único e individual. Hay aquí un instinto de supervivencia, lo sé, pero un instinto que implica una sobrevaloración de aquello que beneficia a uno mismo, llegando incluso a dar la espalda al resto.
Yo, yo y yo. Y no salimos de ese círculo, de ese individualismo en el que estamos ahora encerrados. Si nos equivocamos es nuestra culpa, si alguien lo ha logrado y nosotros no es que se esforzó más de lo que nosotros lo hicimos, si no somos felices es porque no somos capaces de ver el lado positivo de las cosas. Todo recae en uno mismo. Todo lo importante es lo que me afecta, lo que hago, lo que piensan de mí, lo que tengo, lo que aparento.
¿Y el otro qué? Como si el otro fuera un medio por el que obtener beneficios, otra vez, individuales (sean materiales, emocionales, intelectuales...) y no un fin en sí mismo (#Kant).
¿Y lo otro qué? Como si nuestro contexto fuera un mero decorado y no un actor más en la actuación de la vida.
A todo esta cultura de mirarse el ego y maquillarlo, le resta la condena de la soledad. Todo lo pensamos, todo lo sentimos en relación a uno mismo. A tomar vientos el "en sí, ahora todo es "para sí". Ya no valoramos las cosas por lo que son, sino por lo que son para cada uno. Nos quedamos solos, incapaces de escapar ni un segundo de nosotros mismos, incapaces de dejar de reflejarnos en todo lo que vemos. Todo empieza y acaba en nosotros. Somos comienzo y fin. Lo somos todo y al mismo tiempo no somos nada.
Aunque, a lo mejor se trata de un error de gramática y lo que pasa es que "nos creemos ser todo".
Cuánto daño puede hacer un verbo al ego...